Finalidad de la docencia en la ética y deontología

 Finalidad de la docencia en la ética y deontología


La profesión docente implica un compromiso integral respecto del proceso educativo, e involucra, por esa misma razón, el conocimiento y su funcionalización, así como el sustrato axiológico que éste debe comportar. La profesión cultivada comprometidamente relaciona de forma integral al educador, al sujeto que aprende, a los contenidos de aprendizaje y a la institución en la que se ejerce la práctica docente; y esa relación cuando está finalmente dirigida a la creación de un máximo posible de humanidad permite alojar la esperanza de una sociedad mejor. Somos educadores y educandos simultáneamente, lo cual le confiere una especial dignidad a nuestra actividad.

En educación, el conocimiento de que el ser humano es propietario de ese bien natural, supone el promover y ayudar a los estudiantes a obtener el saber y el aprendizaje que permita la refinación de esas habilidades y que esto redunde en el desarrollo competente de una práctica profesional. El uso de esas habilidades con un horizonte ético que tienda a la plenitud humana y a hacerlas efectivas en lo social, también involucra el sentido profesional del docente.


La finalidad de la educación es inmanente e histórica: formar el hombre para él mismo y para la sociedad, la pedagogía como ciencia y actividad autónoma, cuya finalidad es rigurosamente humanista, puesto que según ella el hombre debe ser educado para sí mismo, para su naturaleza y para los valores universales de su conciencia.
 El fin propio de la educación, y por ende, de la labor del profesional en docencia, es la formación del ser humano en su integralidad. Esa formación implica colaborar con el mejoramiento de la naturaleza de nuestros estudiantes, tanto en el afinamiento de sus habilidades y capacidades connaturales, como en la forja de una perspectiva humanística y crítica de la realidad. Entonces, todo profesional en docencia ha de ejercer con compromiso y responsabilidad su labor, no porque exista un código de ética profesional –que lo debe haber- ,sino porque se cree profundamente en lo que se hace. No se debe actuar moralmente sólo porque hay mecanismos externos que nos compulsan, sino por respeto y deber para con uno mismo y para con el otro.



 El ser humano no es un simple individuo al que se debe proveer de un conjunto de capacidades técnico procedimentales para que saque provecho de sus habilidades; se trata de que unido al afinamiento de esas capacidades se le fomente el compromiso con su entorno y con la responsabilidad histórica que le compete. Si se ha establecido que por naturaleza el ser humano es social, histórico y dinámico, por esa misma condición ineludible, necesita del otro, no sólo para sobrevivir, sino para convivir. El compromiso de los docentes no es con una idea abstracta del ser humano, sino para con el otro, para con ese ser concreto que existe y al que hay que escuchar y cuidar mediante nuestro saber y hacer educativo. No se ha de transigir ante una pedagogía de eficacia, vivificar y construir una pedagogía con rostro humano, una pedagogía de encuentro, éticamente comprometida.

La construcción de esa pedagogía humanista no debe ser un trazo discursivo insustancial; se requiere en concreto del compromiso de los docentes para materializarla en su práctica. El conocimiento de las tenencias propias (prácticas, intelectuales y morales) y el imperativo ineludible de desarrollarlas día con día para ser mejores docentes (saber, saber hacer y hacerlo para el bien).



El compromiso ético, no pasa simplemente por el comportamiento deontológico, sino por el convencimiento y la entrega para con la labor realizada. El dominio de la disciplina, el cultivo de las tenencias propias, la certeza en la bondad de lo que se hace, la apertura, la búsqueda, el crecimiento constante, el perfeccionamiento de la actividad conjunta, la construcción de una finalidad humanista como aspiración a una sociedad mejor y mayormente inclusiva, son rasgos actitudinales irrenunciables de la y el docente. La dignidad de esta profesión está dada por su finalidad formadora. El docente trabaja con personas para orientarlas y que puedan ser mejores tanto en el ámbito personal como profesional. La vocación y la virtud docente ha de estar dirigida siempre a la búsqueda de una felicidad en común, a la satisfacción de ser parte de, no como fatua figuración sino como conciencia plena y contento íntimo y personal del deber cumplido para consigo mismo y para con los demás.



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